Prohibir los medios sociales en el trabajo es frenar la transformación de las organizaciones
El dato: según un estudio publicado por la consultora Robert Half Technology
el 54% de las empresas estadounidenses prohíben, en su totalidad, el
acceso a medios sociales como Facebook, MySpace o Twitter. Mientras que
el 19% permiten un acceso para fines relacionados con la empresa.
Únicamente, el 10% de las empresas permiten un acceso a sus asalariados
sin restricciones en sus usos.
El estudio se ha basado en una encuesta a 1.400 empresas de más de
100 empleados a lo largo y ancho de Estados Unidos. Considerando el
grado de penetración de los medios sociales en el ecosistema de los
Estados Unidos, estos resultados no son nada alentadores. También
señalar que no podemos extrapolar estos datos a nuestro entorno más
cercanos considerando el menor grado de penetración de las tecnologías
de la información y las comunicaciones, y las diferencias culturales en
el terreno de la gestión.
En los inicios del siglo XXI, en las organizaciones, estamos viviendo
la confrontación entre el viejo régimen de producción y organización –
caracterizados por modelos como el tayloriano, el fordiano, el toyotiano
o el propio hondiano-: organizaciones jerarquizadas, foco en el ratio
unidad de producción/unidad de tiempo, trabajador orientado a tarea,
etc… y un nuevo régimen emergente (el meme 2.0) en el que se plantea
organizaciones planas y trabajadores creativos, multitareas, móviles,
colaborativos, activos, interconectados, etc… donde principios como la
reputación o la transparencia articulan las relaciones entre las propias
organizaciones y éstas organizaciones con sus colaboradores, el
mercado y la sociedad. En este punto, decir que esta por ver en que
quedan los principios y las características que definirán el nuevo
régimen 2.0 emergente. No olvidemos que en la Revolución Francesa se
plantearon los tres principios definitorios de la revolución burguesa:
Libertad, Igualdad y Fraternidad y, después de más de 200 años, estamos
donde estamos.
Prohibir los medios sociales en el trabajo es como prohibir el
teléfono. En la mayoría de las organizaciones está asumido que el
asalariado puede utilizar el teléfono para llamadas particulares, con
algunas restricciones, por ejemplo: las llamadas internacionales desde
el fijo por motivos de costes o límites en el saldo en el móvil de
empresa. Y, obviamente, estos asalariados pueden realizar cosas
inadecuadas con el teléfono.
Prohibir los medios sociales en el trabajo es frenar la
transformación de las organizaciones. Los nativos digitales y los
emigrantes digitales son un colectivo siempre conectado, día y noche.
Para ellos la frontera entre el tiempo profesional y el tiempo personal
se difumina y cada vez son más que intercalan sus actividades
profesionales con la personales durante las 24 horas. Si la
productividad en una economía basada en el conocimiento se mide por
resultados y no por tiempo “ocupando” una silla, no es razonable
impedir el acceso a los medios sociales durante la “jornada laboral”
para fines privados.
Como tendencia, todo apunta, que las organizaciones tienen que estar
presente en el ecosistema de la Red – más de 1.600 millones de usuarios,
casi el 25% de la población mundial- y los medios sociales son, hoy por
hoy, la mejor puerta de entrada. Las organizaciones deberían aprovechar
la avanzadilla de sus trabajadores “digitales” para impulsar el cambio
y, al mismo tiempo, establecer aquellas normas de buen gobierno para
garantizar aspectos como confidencialidad y uso razonable de las
herramientas.
Coca-Cola es un ejemplo de cómo una empresa realiza una fuerte apuesta
por llevar su marca a los medios sociales. Promueve que sus empleados
estén presentes en dichos medios durante las horas de trabajo indicando
claramente sus funciones y su pertenencia a la empresa.
Como afirmó Jean Piaget: Podemos conocer objeto si podemos interactuar con él y transformarlo.
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