Varcelona a las 17:14. Del 11/09 al 09/11
Ayer, 11 de septiembre de 2014 a las
17:14 de la tarde, una inmensa concentración, por y para la
independencia, configuró un mosaico cuatribarrado (la senyera) en forma
de la letra V que cubrió 11 Km de las dos principales avenidas de la
ciudad de Barcelona reclamando, de nuevo, el derecho a poder elegir el
marco de relación con el Estado central.
Con camisetas, unas rojas y otras
amarillas, cientos de miles de personas volvieron a ocupar las calles.
Como en los años anteriores, la movilización ciudadana mantuvo su
carácter transversal; tanto desde un punto de vista social y político de
los participantes, como por su lugar de origen. Yo estuve allí y había
de todo: independentistas activos –los menos-, independentistas pasivos
–los más- y un sinfín de personas que acudieron por: resistencia,
simpatía, omisión, suicidio, ofensa, extralimitación, estética,
delicadeza, jolgorio, etc.
Si la manifestación del 11 de septiembre del 2012, la masa humana que convulsionó Cataluña y el Estado español,
se caracterizó por la espontaneidad de las personas que acudieron, la
de ayer fue una demostración de organización y disciplina (lo tengo que
decir, no me gustan las masas uniformadas, organizadas y disciplinadas
aunque se trate de una perfomance, de una puesta en escena) que superó
la movilización de la cadena humana (la Vía Catalana del 11 de
septiembre del 2013) que cubrió de norte a sur el litoral de Cataluña. A
destacar, como un hecho de pluralidad y normalidad, el que los
unionistas o “constitucionalistas de puertas trancadas” rompan su
silencio (dejen de escudarse en la mayoría silenciosa) y manifiesten su
presencia en las calles cívicamente y pacíficamente: ayer, unos pocos
miles de ciudadanos se concentraron en el recinto del anfiteatro romano
de Tarragona a favor del status quo actual.
Durante tres años, la ciudadanía
catalana ha desbordado la política institucional, tanto la central como
la autonómica, manifestando sus reivindicaciones. No es baladí, en
términos cuantitativos y cualitativos, que entre el 15% o el 25% (en la
era de la información, todavía, cuesta cuantificar las masas humanas que
ocupan espacios públicos) de la población de Cataluña estuviese en las
calles. Confirma, empíricamente, la voluntad de una mayoría por el
derecho a decidir, el reconocimiento como nación y la soberanía sobre
una cultura y lengua propia, que va más allá del pacto constitucional
del año 1978, el cual estuvo condicionado, no lo olvidemos, por la
transición de una dictadura a una democracia formal sin cuestionar la
mayoría de las estructuras fundamentales de un Estado que nació de un
golpe militar. Hoy, a la política, en su vertiente de dar respuesta y
soluciones a los problemas que plantean los ciudadanos, se le acumula el
trabajo de aquí al 9 de noviembre y los meses sucesivos.
Para aquellos que le guste la política,
las próximos meses serán intensos, emocionantes diría yo, en la
confrontación de una gran parte de Cataluña con el Estado, donde
intervienen múltiples variables no controladas, tanto en el plano de
política interna como externa: el impacto del referéndum de Escocia, la
continuidad de la crisis económica y el desmantelamiento progresivo de
los servicios públicos que afecta a la gran mayoría de la población, la
corrupción política e institucional, el juego estratégico de la
geopolítica en el Este de Europa, etc.
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