Día 94: Tormentas mentales en la Nueva Normalidad
Domingo, 14 de junio. Tengo la sensación que algo muy raro está pasando en el mundo este año 2020. La normalidad, eso que decíamos que era normal porque no alteraba nuestras rutinas ha desaparecido incrementándose los fenómenos anormales. Lo de la pandemia y el confinamiento de la tercera parte de la humanidad ya lo estábamos asumiendo, pero que alguien me explique si no es raro que se haya avistado un cocodrilo del Nilo en la confluencia del río Pisuerga y Duero; también tiene su qué la detención en la España vaciada del “Rambo de Requena” en una zona de campos de Andorra (Teruel) después de una persecución de varias semanas; y no digamos la historia de Nacho Vidal, nuestra aportación más internacional al cine pornográfico, practicando ritos chamánicos con los fluidos venenosos de un sapo con un desenlace luctuoso.
Aquí ya se está abriendo centros comerciales, grandes superficies, playas, discotecas y lo que haga falta para que vengan los turistas. El lunes próximo empieza el puente aéreo para traer miles de alemanes a las islas Baleares. Dicen que es una prueba piloto. Sin embargo, el tema de escuelas se está pasando de puntillas como si resonara aquel grito de ¡Todo por el PIB! ¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte! Sí, que sí, alguien dirá que es un poco exagerado la comparación, es posible pero el confinamiento nubla la mente.
Para mí, lo que no tiene desperdicio es la Guardia Nacional de los Estados Unidos dispuesta a repartir estopa, eso sí, poniéndose a bailar la Macarena, el hit de Los Ríos, antes del toque de queda en Atlanta por las protestas por el asesinato de George Floyd. Y la traca, según denuncia el cantante Miguel Bosé, Bill Gates está financiando el desarrollo de una vacuna contra el coronavirus, la cual nos introducirá en nuestro cuerpo microchips o nanobots para obtener todo tipo de información de la población mundial con el sólo fin de controlarla una vez que activen la red 5G, clave en esta operación de dominio global, seremos borregos a su merced y necesidades. ¿Delirios de Bosé o conspiración de Gates? Muy raro, todas estas cosas están pasando desde hace unos pocos días. ¿Será los efectos colaterales del COVID-19.
Una persona me ha dicho que ya no tiene sentido que siga escribiendo el diario de un confinado, porque los que vivimos en Barcelona ciudad ya estamos rozando la tercera fase y, por tanto, disfrutamos de muchas cosas. Por ejemplo, ir a los centros comerciales, consumir en mesas dentro de los bares y restaurantes, ir al cine, teatro, salas de concierto, playa o templo de culto. Yo le he respondido que es verdad que nos podemos mover con menos limitaciones, que ya podemos consumir disfrutando de una amplia oferta —es importante tener claro que consumir no es sinónimo de libertad, es otra cosa—, hasta tomar una cerveza con un amigo. Sin embargo, seguimos confinado, porque de alguna manera el coronavirus está ahí, acechando en las vías respiratorias de los supercontagiadores esperando que la gente baje la guardia en las medidas preventivas y se aglomere para propagarse.
Es cierto, ya no estamos confinados en casa; pero las mascarillas, los geles hidroalcohólicos o la distancia físico-social o las posibles sanciones por saltarse alguna de las normas de actuación dictadas a golpe de BOE, imposible de seguir por el ciudadano de a pie, son elementos que contribuyen a un cierto confinamiento mental. Además, creo que, para muchas personas, esta pandemia les ha provocado un importante shock al descubrir que un componente fundamental de la vida es la incertidumbre y no la buena o mala suerte que, hipotéticamente, nos acompaña. No es fácil para la psique de cualquiera descubrir que llega un nuevo coronavirus de un sitio remoto y, en unos pocos días, produce cientos de miles de contagiados y miles de muertos, y constatar que no hay nadie con una receta o un protocolo para controlarlo y la única solución es paralizar la vida social, cultural y económica en muchos países. La verdad, no estábamos preparado, como mínimo los habitantes del primer mundo, para este tipo de incertidumbres.
Como nos explicó Edgar Morin, “es necesario aprender a navegar en un océano de incertidumbre a través de archipiélagos de certezas”. Es decir, debemos asumir que existe un futuro desconocido en la aventura humana, que nada está ya previsto y que con nuestra intervención las cosas pueden cambiar para bien o para mal o, en su momento, puede llegar a suceder algo que por ahora no visualizamos. Este principio debería ser una de las bases de la educación de las futuras generaciones.
Aquí cierro este Diario de un Confinado que me ha acompañado durante estos tres meses. Pero, seguiré escribiendo.
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